-Cállate, escoria.- El ángel lo abofeteó una vez más, mientras falsas lágrimas de culpa se deslizaban por su cara.
-¿Y por qué tendríamos que perdonarte?- Grita un miembro del jurado bastante afectado por la destrucción del ídolo. Al mismo tiempo entra un destruido bailarín a la sala, aunque pocos lo notan conversar con el inquisidor.
-Porque es culpa de ustedes poner comida dentro de su dios... es ilógico que adoren algo que tienen que destruir para vivir.- Responde el joven intentando que sus pensamientos y palabras sean uno.
-¡Blasfemo!- Gritan algunos. -¡Es un héroe!- Piensan otros. -Es un idiota.- Dice el bailarín, señalando al joven.
Los ánimos se encienden y empiezan discuciones por todos lados, gritos y golpes que nadie intentaba contener.
-¡Silencio y orden!- Grita el juez golpeando su martillo.
El bailarín muere, mirando al joven mientras susurra algo.
Todos se dirigen a él...
-Ha sido envenenado.- Dice el juez, sin siquiera haberse acercado. -Es éso lo que querías?- Pregunta enfadado al joven.
-Ni siquiera lo conozco.- Se defendió.
-Bien, estás absuelto.- Sentenció -Vete de aquí y espero no volver a verte.-
Extrañado, el joven se levanta de la silla y se va. Todos lo miran con odio, recelo... Pero al menos, era libre.